La particularidad del lugar donde se establece una trufera tiene incidencia gravitante en la gestión de ésta. Impone el ritmo e intensidad de las labores.
Este año los árboles y malezas crecieron de manera exorbitante, de hecho fácilmente 2 metros en el año los árboles y más aún los Q. robur. Fue evidente un cambio en la dinámica de crecimiento que puede atribuirse al aumento del volumen de riego y/o a un estado fenológico propio del desarrollo de la trufera. Asimismo, se evidenciaron cada vez más los quemados en los Ilex, pero la cosecha por hectárea del 2015, un año después de la primera trufa, fue magra, no alcanzó el kilo, las expectativas eran mayores. Algo pasaba.
¿Había que seguir esperando o el itinerario cultural aún no era el adecuado?. Tomé la alternativa que faltaba tiempo por dos razones: las técnicas aplicadas tenían respaldo y credibilidad, y me di cuenta que por las características edafológicas donde estaba la trufera, se requería más tiempo para su acondicionamiento al cultivo.
Con bastante esfuerzo, se continuó con un patrón de labores manuales similares en los dos años y en todas las actividades de la trufera, poda, suelo y malezas, retomando el control a tiempo sobre el vigor que tenía la trufera.
Al octavo año, 2016, se logró una mejoría con 1,2kgs/ha, más trufas pero a la vez eran relativamente pequeñas. Sin embargo, hubo un síntoma alentador y particular: se cosecharon trufas distribuidas en toda la trufera.