El cuarto año de una trufera es el comienzo de un periodo donde existía la posibilidad de encontrar las primeras trufas, pocas, pero las primeras. En todo caso, las expectativas era entre los 4 y 6 años. La intervención en el suelo realizado a la luz de las experiencias adquiridas en los cursos realizados en Europa y el aumento lento del pH que no alcanzaba aún el óptimo, hicieron que era poco probable encontrar las primeras trufas, esas trufas “de la esperanza” como las llama mi amiga truficultora, Patricia Schneider. No hubo trufas el año 2012, pero si se inició un ciclo que daría frutos importantes años después. A contar de este año, se readecuó las labores de suelo con el fin de mejorar efectivamente su estructura y a la vez, incorporar mejor las enmiendas de Carbonato de Calcio. Esto último, delicado por la presencia de los árboles que ya tenían cierta envergadura y en consecuencia, una expansión de su masa radicular de por lo menos 50 centímetros.
Hasta esa fecha, no utilicé ningún tipo de sustrato especial, inoculantes y/o bioestimulantes para el suelo que eran muy de moda para la truficultura en Australia, ya que no había mucha información nacional al respecto y menos resultados concretos de su empleo. Por lo demás, los valores eran bastante elevados.
El control de maleza, también tuvo cambios, de tal manera de evitar un excesivo desarrollo, aunque si costó un par de años lograr ese objetivo. El empleo de segadoras de arrastre agrícola, portátiles y labores de suelo alrededor de la planta fueron los métodos principales utilizadas para el control de maleza. El uso de herbicidas, sobre todo los sistémicos, tienen generalizado rechazo en el cultivo de trufas, por lo cual esa alternativa no fue empleada.
El riego era complejo, ya no era para la sobrevivencia de la planta sino pensando en la trufa, y ésta aún no fructificaba. En consecuencia, se siguió en general la experiencia europea de reponer el 50% de la evapotranspiración durante el periodo estival.