El gran desafío de la truficultura es que la trufa fructifica bajo tierra en absoluta complicidad con su árbol hospedero. Después de algunos años se conocen aquellos asuntos que ocurren sobre la superficie, generando las maneras de cómo tratarlas, pero bajo tierra, no hay una forma como observar el ciclo vegetativo de la trufa y si ésta está en su ámbito de confort. Solo se sabe el estado del suelo que le gusta a la trufa para que se desarrolle y aquellos acontecimientos que deben ocurrir para que fructifique.
Después de la primera trufa, comienza un periodo donde el rendimiento debería aumentar progresivamente siempre y cuando las cosas se sigan haciendo bien. Cada año se irá confirmando si el avance del cultivo va por buen camino o éste queda entrampado.
El gran dilema era que las labores hayan sido las correctas y que la próxima temporada la cosecha sea mejor. Aunque hasta este año, bastante se había aprendido como tratar el vigor de las plantas y de las malezas, eso no significaba que fuera totalmente dominado, de hecho, el crecimiento explosivo sorprendía con un trabajo tardío y más complicado.
Respecto al trabajo de suelo, entre mecanizado tradicional y manual, también quedaba la duda si era lo apropiado, ya que el tratamiento de suelos son específicos para cada tipo de suelo y hace necesario que no se pueda replicar técnicas de otras truferas con suelos de distinta textura. Había que configurar labores para esta trufera en particular y esperar con los resultados si estaban bien encaminados. Similar condición para la gestión de riego.
Así se enfrentó el año posterior a la primera trufa, con la ansiedad de los resultados de la temporada de cosechas siguiente, que diera cuenta si todo iba bien o no.